viernes, 2 de noviembre de 2012

Tallín, Helsinki y se acabó

Labas!

Una semana y algo después vuelvo a escribir. Y es que el fin de semana pasado y estos días, en general, han estado cargaditos.

La semana pasada, tras el viaje de Riga, decidimos que no teníamos suficiente, así que elegimos ir un poco más arriba: Tallín y Helsinki serían nuestra siguiente parada.

Así que el jueves a la tarde cogimos nuestras mochilas y bien cargados de ropa de abrigo partimos hacia Vilnius, donde deberíamos coger el bus que nos llevaría a Tallín durante la noche. Ocho horitas nada menos para llegar a la capital estonia. El bus petado y nosotros en los 5 últimos asientos, los más incómodos, claro. Dormir era casi imposible, pero conseguimos caer en las últimas dos horas de trayecto.

Y ¡sorpresa al despertar! Abrí los ojos y estaba nevando como creo que no he visto en mi vida. ¡Pero si hacía dos horas ni llovía ni parecía haber intención ni nada! Bueno, bajamos del bus y un frío del copón. Buen recibimiento, lo que todo el mundo espera es llegar a las 7 de la mañana en una ciudad desconocida 7 grados bajo cero y con una capa de nieve de unos 15 centímetros.

Pero al fin conseguimos llegar al tranvía que nos llevaría al centro y a nuestro albergue que, por cierto, nos costó un rato averiguar cómo llegar hasta él en la oscuridad y el frío.

El albergue nos encantó: mucho ambiente estudiantil, una cocina común con té, café e infusiones gratis y un bar sólo cruzando una de las puertas, que estaba regentado por los mismos que el hostel (un argentino y un uruguayo muy majetes). Como no podíamos entrar en la habitación hasta las 12 y estaba amaneciendo, bajamos al super de enfrente a comprar algo de desayunar y emprender la marcha.

Para empezar, decir que Tallín ha sido la capital de los estados bálticos que más me ha gustado. La ciudad vieja está amurallada con torres y de estilo medieval (hay un montón de motivos, restaurantes, cafeterías con esa ornamentación). Había gente a todas horas por la calle y las tiendas de souvenirs y productos típicos son una perdición, en serio.

Fuimos a la oficina de información turística y nos dijeron que había un tour gratis por la ciudad a las 11 de la mañana, así que sin dudarlo nos unimos y nos llevaron a los lugares típicos: la plaza del ayuntamiento, la Catedral ortodoxa rusa de Alejandro Nevsky y la farmacia más antigua de Europa (Raeapteek) entre otras. Tuvimos que andar bastante, porque a diferencia de Riga o Vilnius, Tallín tenía bastante desnivel, escaleras, cuestas y demases. Pero con mucho gusto, oiga.

Entrada al oldtown
Vale para postal
Tras el paseo mañanero y la comida en un restaurante especialista en crêpes (ñam!), por fin pudimos entrar en la habitación y echar la siesta durante un par de horas. Salimos a dar otro pequeño paseo por nuestra cuenta, pero el fresquete y, sobre todo, el viento nos hicieron volver al albergue, previo paso por el super para tomar provisiones para el día siguiente.

Pero era demasiado tiempo para estar parados en el albergue así que unos cuantos cogimos nos pusimos 2 capas de calcetines y unas 5 de abrigo y salimos a la nieve: guerra de bolas, ángeles, tirándonos de cabeza por las cuestas, rodando y demás paridas a las 12 de la noche estonia. Empezó a nevar, como una señal de que debíamos irnos a la cama, ya que casi nos habíamos olvidado de que al día siguiente el despertador sonaría a las 6 de la mañana.

El filtro le da un toque tenebroso molón
Noche en Tallín (Cooperación italo-española-eslovaca)
Porque nuestro ferry destino Helsinki partía a las 7:30, y aunque el puerto estaba relativamente cerca (15 minutos andando) no sabíamos exactamente dónde quedaba nuestro muelle. Menos mal que fuimos precavidos con la hora, pues estuvimos a punto de perder el barco (no os recomiendo correr por las calles de Tallín a las 7 de la mañana con todo el suelo congelado y sin saber exactamente donde ir).
Pero finalmente estábamos en el ferry ¡mi primera vez en un ferry! Me pareció acojonante, si es que era un jodido hotel con sus ascensores y todo (en serio, me impresionó, no me esperaba ese cacho de barco para un viaje de dos horas). Salimos a cubierta (popa) con toda la rasca y vimos amanecer desde allí mientras Tallín se quedaba a lo lejos. El resto del viaje, por supuesto, dormidos.

Llegamos a Helsinki y lo primero que hicimos es comprar el bono diario: 7 euros que incluían todos los medios de transporte públicos de la ciudad, incluidos barcos.. Cogimos el tranvía y nos dirigimos a una de las calles principales. Pues lo primero que vemos es, en una de las esquinas enormes de un edificio que daba a dicha calle la “Casa Largo: Tapas y raciones”. Me descojono. Pero bueno, seguimos andando hasta llegar a la plaza del mercado: pescado, terracitas (con raciones de paella a 9 euros) y los típicos puestos. Unas vueltecicas por allí y por allá y cogimos el miniferry que nos iba a llevar a Suomenlinna, una fortaleza que se encuentra en unas islas a unos 30 minutos de Helsinki. Patrimonio Mundial de la UNESCO, con sus museos, sus cañones, sus casas que parecen para hobbits y unas vistas y paisajes excepcionales, de verdad. Pasamos allí unas 4 horas, y no fueron más por falta de tiempo.

Cañones everywhere (homenaje a Álvaro Meléndez)
Las casitas de los hobbits
Volvimos al continente y, aunque habíamos comido unos bocadillos, queríamos probar algo típico. Habíamos leído sobre la sopa de salmón, lo que no habíamos leído era el precio: 8 leros nos clavaron por un plato de sopa. Al menos estaba buena, quien no se consuela…

Como veis, nada especial. 8 lereles
Seguimos con la visita: la Catedral Ortodoxa de Uspenski (donde nos encontramos con una boda finesa), la Catedral de Helsinki a donde hay que acceder subiendo una escalinata de 44 peldaños (sí, los conté) y desde donde mola mirar hacia abajo (sensación de pequeñez), el jardín botánico la estación de trenes y la parte de la playa. Decía un folleto que era el “CopaCabana de Helsinki” pero único que nos encontramos fue una especie de laguito con patos al lado de un cementerio que hacía las veces de parque.

Catedral de Helsinki

Sunset in the seaside
Vuelta al ferry, dos horitas durmiendo tan ricamente encima de las mesas del bar y a las 10 arribamos en el puerto de Tallín, todavía completamente nevado. Me gustaría poder hablar de la noche en Tallín pero estaba tan reventada que, tras un par de cervezas y partidas de billar, me fui a dormir. Me ahorré los 9 euros de entrada del sitio al que fueron unos cuantos y el frío de la madrugada (yo es que soy muy positiva).

El domingo fue más relax: paseíllos por las zonas menos exploradas el viernes, compra de algún souvenir, más guerra de bolas y, finalmente, el hostel y, de nuevo y con mucha pena, el bus y sus ocho horas. Al menos esta vez estaba bastante vacía y pudimos disfrutar de dos asientos para cada uno. Y puede que algún día cuente cómo le di una patada en la cara al conductor (Aviso: si no queréis una patada en la cara, no intentéis despertarme de improviso :D)

Kaunas esperaba en la mañana, y aunque había nevado en el fin de semana no había cuajado y estaba tan sobria como siempre, pero con una cama calentica. 

Y hasta aquí Tallín y Helsinki.

¿Y el se acabó?

Pues que se acaban los viajes hasta, creo, diciembre, cuando espero por Praga o Berlín. Pero eso es otra historia. Hasta entonces me he propuesto que en noviembre voy a dedicarme más a mis trabajos de clase, que se me acumulan después de lo que podría llamar “dos meses de semivacaciones”. Por cierto, ya hice mi primera presentación, a la cual podría calificar de successfull. Y lo mejor es que me encantó hacerla, a pesar de los nervios y el inglés y eso. Bien!

Pero antes de este noble propósito, decir que este fin de semana hemos alquilado unos 20 coleguis una casa de campo, con lago y barbacoa y esas cosas que me recuerdan a las típicas películas americanas. Lo denominaré Fin de Semana Cultural y Tranquilo :P

Pagarbiai!

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