Una
semana y algo después vuelvo a escribir. Y es que el fin de semana pasado y
estos días, en general, han estado cargaditos.
La
semana pasada, tras el viaje de Riga, decidimos que no teníamos suficiente, así
que elegimos ir un poco más arriba: Tallín y Helsinki serían nuestra siguiente
parada.
Así que
el jueves a la tarde cogimos nuestras mochilas y bien cargados de ropa de abrigo
partimos hacia Vilnius, donde deberíamos coger el bus que nos llevaría a Tallín
durante la noche. Ocho horitas nada menos para llegar a la capital estonia. El
bus petado y nosotros en los 5 últimos asientos, los más incómodos, claro.
Dormir era casi imposible, pero conseguimos caer en las últimas dos horas de
trayecto.
Y
¡sorpresa al despertar! Abrí los ojos y estaba nevando como creo que no he
visto en mi vida. ¡Pero si hacía dos horas ni llovía ni parecía haber intención
ni nada! Bueno, bajamos del bus y un frío del copón. Buen recibimiento, lo que
todo el mundo espera es llegar a las 7 de la mañana en una ciudad desconocida 7
grados bajo cero y con una capa de nieve de unos 15 centímetros.
Pero al
fin conseguimos llegar al tranvía que nos llevaría al centro y a nuestro
albergue que, por cierto, nos costó un rato averiguar cómo llegar hasta él en
la oscuridad y el frío.
El
albergue nos encantó: mucho ambiente estudiantil, una cocina común con té, café
e infusiones gratis y un bar sólo cruzando una de las puertas, que estaba
regentado por los mismos que el hostel (un argentino y un uruguayo muy
majetes). Como no podíamos entrar en la habitación hasta las 12 y estaba
amaneciendo, bajamos al super de enfrente a comprar algo de desayunar y
emprender la marcha.
Para
empezar, decir que Tallín ha sido la capital de los estados bálticos que más me
ha gustado. La ciudad vieja está amurallada con torres y de estilo medieval
(hay un montón de motivos, restaurantes, cafeterías con esa ornamentación).
Había gente a todas horas por la calle y las tiendas de souvenirs y productos
típicos son una perdición, en serio.
Fuimos
a la oficina de información turística y nos dijeron que había un tour gratis
por la ciudad a las 11 de la mañana, así que sin dudarlo nos unimos y nos
llevaron a los lugares típicos: la plaza del ayuntamiento, la Catedral ortodoxa
rusa de Alejandro Nevsky y la farmacia más antigua de Europa (Raeapteek) entre
otras. Tuvimos que andar bastante, porque a diferencia de Riga o Vilnius,
Tallín tenía bastante desnivel, escaleras, cuestas y demases. Pero con mucho
gusto, oiga.
Entrada al oldtown |
Vale para postal |
Tras el
paseo mañanero y la comida en un restaurante especialista en crêpes (ñam!), por
fin pudimos entrar en la habitación y echar la siesta durante un par de horas.
Salimos a dar otro pequeño paseo por nuestra cuenta, pero el fresquete y, sobre
todo, el viento nos hicieron volver al albergue, previo paso por el super para
tomar provisiones para el día siguiente.
Pero
era demasiado tiempo para estar parados en el albergue así que unos cuantos
cogimos nos pusimos 2 capas de calcetines y unas 5 de abrigo y salimos a la
nieve: guerra de bolas, ángeles, tirándonos de cabeza por las cuestas, rodando
y demás paridas a las 12 de la noche estonia. Empezó a nevar, como una señal de
que debíamos irnos a la cama, ya que casi nos habíamos olvidado de que al día
siguiente el despertador sonaría a las 6 de la mañana.
El filtro le da un toque tenebroso molón |
Noche en Tallín (Cooperación italo-española-eslovaca) |
Porque
nuestro ferry destino Helsinki partía a las 7:30, y aunque el puerto estaba
relativamente cerca (15 minutos andando) no sabíamos exactamente dónde quedaba
nuestro muelle. Menos mal que fuimos precavidos con la hora, pues estuvimos a
punto de perder el barco (no os recomiendo correr por las calles de Tallín a
las 7 de la mañana con todo el suelo congelado y sin saber exactamente donde ir).
Pero
finalmente estábamos en el ferry ¡mi primera vez en un ferry! Me pareció
acojonante, si es que era un jodido hotel con sus ascensores y todo (en serio,
me impresionó, no me esperaba ese cacho de barco para un viaje de dos horas).
Salimos a cubierta (popa) con toda la rasca y vimos amanecer desde allí
mientras Tallín se quedaba a lo lejos. El resto del viaje, por supuesto,
dormidos.
Llegamos
a Helsinki y lo primero que hicimos es comprar el bono diario: 7 euros que
incluían todos los medios de transporte públicos de la ciudad, incluidos
barcos.. Cogimos el tranvía y nos dirigimos a una de las calles principales.
Pues lo primero que vemos es, en una de las esquinas enormes de un edificio que
daba a dicha calle la “Casa Largo: Tapas y raciones”. Me descojono. Pero bueno,
seguimos andando hasta llegar a la plaza del mercado: pescado, terracitas (con
raciones de paella a 9 euros) y los típicos puestos. Unas vueltecicas por allí
y por allá y cogimos el miniferry que nos iba a llevar a Suomenlinna, una fortaleza que se encuentra en unas islas a unos 30 minutos de Helsinki. Patrimonio
Mundial de la UNESCO, con sus museos, sus cañones, sus casas que parecen para
hobbits y unas vistas y paisajes excepcionales, de verdad. Pasamos allí unas 4
horas, y no fueron más por falta de tiempo.
Cañones everywhere (homenaje a Álvaro Meléndez) |
Volvimos
al continente y, aunque habíamos comido unos bocadillos, queríamos probar algo
típico. Habíamos leído sobre la sopa de salmón, lo que no habíamos leído era el
precio: 8 leros nos clavaron por un plato de sopa. Al menos estaba buena, quien
no se consuela…
Como veis, nada especial. 8 lereles |
Seguimos
con la visita: la Catedral Ortodoxa de Uspenski (donde nos encontramos con una
boda finesa), la Catedral de Helsinki a donde hay que acceder subiendo una
escalinata de 44 peldaños (sí, los conté) y desde donde mola mirar hacia abajo
(sensación de pequeñez), el jardín botánico la estación de trenes y la parte de
la playa. Decía un folleto que era el “CopaCabana de Helsinki” pero único que
nos encontramos fue una especie de laguito con patos al lado de un cementerio
que hacía las veces de parque.
Catedral de Helsinki |
Vuelta
al ferry, dos horitas durmiendo tan ricamente encima de las mesas del bar y a
las 10 arribamos en el puerto de Tallín, todavía completamente nevado. Me
gustaría poder hablar de la noche en Tallín pero estaba tan reventada que, tras
un par de cervezas y partidas de billar, me fui a dormir. Me ahorré los 9 euros
de entrada del sitio al que fueron unos cuantos y el frío de la madrugada (yo es que soy muy positiva).
El
domingo fue más relax: paseíllos por las zonas menos exploradas el viernes,
compra de algún souvenir, más guerra de bolas y, finalmente, el hostel y, de
nuevo y con mucha pena, el bus y sus ocho horas. Al menos esta vez estaba
bastante vacía y pudimos disfrutar de dos asientos para cada uno. Y puede que
algún día cuente cómo le di una patada en la cara al conductor (Aviso: si no
queréis una patada en la cara, no intentéis despertarme de improviso :D)
Kaunas
esperaba en la mañana, y aunque había nevado en el fin de semana no había cuajado
y estaba tan sobria como siempre, pero con una cama calentica.
Y hasta aquí Tallín y Helsinki.
¿Y el
se acabó?
Pues
que se acaban los viajes hasta, creo, diciembre, cuando espero por Praga o Berlín.
Pero eso es otra historia. Hasta entonces me he propuesto que en noviembre voy
a dedicarme más a mis trabajos de clase, que se me acumulan después de lo que
podría llamar “dos meses de semivacaciones”. Por cierto, ya hice mi primera
presentación, a la cual podría calificar de successfull. Y lo mejor es que me
encantó hacerla, a pesar de los nervios y el inglés y eso. Bien!
Pero
antes de este noble propósito, decir que este fin de semana hemos alquilado unos 20
coleguis una casa de campo, con lago y barbacoa y esas cosas que me recuerdan a
las típicas películas americanas. Lo denominaré Fin de Semana Cultural
y Tranquilo :P
Pagarbiai!
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